200 es el número aproximado de especies vegetales que habitan en nuestro solar.

28 el número exacto de aves con las que compartimos el paseo: paloma torcaz, paloma doméstica, paloma zurita, tórtola turca, cotorra argentina, urraca, estornino negro, abubilla, pito real, mirlo común, polla de agua, ánade azulón, ganso del Nilo, cigüeña blanca, milano negro, milano real, cernícalo vulgar, verdecillo, verderón, jilguero, carbonero común, ruiseñor bastardo, gorrión común, gorrión molinero, golondrina común, avión común, vencejo común y colirrojo tizón.

¿Quién lo hubiera dicho?

Tras los paseos del suelo y del agua, celebramos un tercer paseo con el fin de tratar la flora y avifauna silvestre del entorno, completando así la revisión de algunos de los componentes básicos que conforman nuestros paisajes, también los urbanos, y las interacciones existentes entre ellos. Extendiendo el debate y cuestionando cómo nos relacionamos con ellos; ¿desconocimiento?, ¿indiferencia?, ¿desprecio?, ¿romanticismo?....

En esta ocasión el recorrido comenzó en el Solar, paseamos por el parque de San Isidro del que es parte y llegamos, una vez más, al río Manzanares, que nos inspira.

Nos acompañaron expertos en ecología urbana, Javier Rico y Maria Luisa Pinedo, la gente de Aver Aves y Javier Grijalbo. Con ellos y las personas que nos acompañaron en las más de tres horas de recorrido pudimos compartir conocimiento en relación con conceptos básicos de ecología como la colonización y sucesión natural, el banco de semillas, las plantas pioneras o ruderales. Comprobamos cómo podíamos encontrar especies vegetales adaptadas al pisoteo constante en las zonas de mayor tránsito del solar o la presencia de plantas brújulas que nos señalan el norte, como la mágica lechuga, lactuca serriola. Observamos con atención aves presentes en el recorrido, en ocasiones solo las escuchamos, aprendimos sobre sus hábitos y necesidades espaciales y lo importante que es que la ciudad se diseñe y gestione para favorecer su presencia, los setos, los arbustos con bayas comestibles, e incluso la existencia de zonas no accesibles para las personas, donde no compitamos, como las islas del río Manzanares.

Debatimos sobre la cotorra argentina, especie con muchos detractores por el elevado tono de su canto, su capacidad reproductiva, la competencia que ofrecen en la búsqueda de alimento con otras especies identificadas como locales, y sus pesados nidos de más de 200 kilos creados sobre ramas de árboles majestuosos, como el cedro, a base de la acumulación material vegetal y que son habitados durante todo el año por varias parejas conformando molestas colonias. Pero quizás lo que resulta más molesto es su garrulo canto (que hablan muy alto) y que les quitan la comida (o el trabajo) a las especies locales, nos preguntamos si hay algo de racismo respecto a la rechazada especie sudamericana y quien establece la fina (y humana) línea entre plaga y población dominante.

Después de este enriquecedor paseo, pudimos compartir una bonita sobremesa en el Solar, facilitada por José Luis Espejo. Con él pudimos recuperar recuerdos y vivencias sobre nuestras experiencias personales en relación con las aves, escuchamos recuerdos sobre la adopción de pájaros heridos y rescatados de la calle y que con mimo fueron alimentados, en ocasiones creando una relación de dependencia difícilmente superable. O la historia de un pájaro que perdió el pico al chocar con un cristal buscando la libertad. Algunas escuchamos por primera vez el coro del alba y desde entonces no hemos parado de escucharlo (o imaginarlo), acompañándonos a diario en nuestro despertar, dormir con la ventana abierta en estos días de verano ayuda.

Acabamos la jornada cantando canciones en los que las aves eran protagonistas, celebrando el día y habitando este Paraíso que ya no está tan inhabitado.

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